Comprando tiempo
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Axel Kaiser
En una entrevista a principios de este año, el presidente de la Bundesbank, Jens Weidmann, afirmó que los bancos centrales, en el mejor de los casos, podían ganar tiempo y siempre con un costo asociado.
La advertencia de Weidmann es un golpe de claridad mental en una época en que ha triunfado la idea de que un grupo de expertos puede resolver problemas de solvencia y escasez de riqueza mediante un indiscriminado uso de la impresora de billetes. Por desgracia, muchos textos de macroeconomía modernos, esos que dicen que el ahorro es malo y el consumo bueno, avalan la idea inflacionista.
La desconexión de la economía como disciplina de la realidad y del sentido común es, sin duda, una de las grandes tragedias de nuestro tiempo. La excesiva matematización y modelación de la disciplina sobre la base de supuestos irreales ha convertido a la ciencia económica del mainstream en una especie de astrología, cuya falta de rigurosidad intenta camuflarse con un lenguaje cada vez más oscuro. No es casualidad que los economistas del mainstream en general se encuentren detrás de las políticas más destructivas del último siglo, entre las que destaca la supresión artificial de las tasas de interés.
Como ha explicado la escuela austríaca de economía, el ciclo de negocios es creado por la inyección excesiva de crédito en el sistema. Este exceso de liquidez, que reduce artificialmente las tasas de interés, genera burbujas y un período de auge económico que está destinado a colapsar. La recesión, aunque dolorosa, es la etapa que purifica el sistema de las malas inversiones realizadas en tiempos del boom permitiendo una reasignación de recursos a áreas de la economía en que estos se utilizan de manera eficiente. Combatir la recesión con más crédito y paquetes de estímulo fiscal sólo puede prolongar la agonía hasta que eventualmente una nueva crisis, aún más devastadora, ponga fin a las distorsiones creadas por gobiernos y bancos centrales.
Como usted ve, el argumento, cuya elaboración teórica es mucho más compleja, finalmente es puro sentido común. Es tan simple y evidente que a muchos economistas, sumergidos en sus modelos y ecuaciones, les parece absurdo. Pero lo absurdo es sostener lo contrario. La evidencia muestra que los políticos y banqueros centrales no crean prosperidad, sino más bien la destruyen cuando intervienen las fuerzas del mercado.
En el caso de la última década, producto de las intervenciones, los problemas de fondo no se han resuelto: ni el sobre endeudamiento, ni el delta de productividad entre el norte y sur de la zona euro, ni la escasez de ahorro, ni la insolvencia de bancos y gobiernos. Las políticas estatistas de gobiernos y bancos centrales han empeorado todo eso aun cuando a ratos ciertos indicadores parecen mostrar lo contrario.
No se trata de ser pesimista, sino realista. Es cosa de ver los datos y entender principios elementales de economía para saber que Weidmann no está diciendo disparates cuando afirma que los bancos centrales, en el mejor de los casos, pueden comprar tiempo. La pregunta del millón es cuánto pueden comprar.